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Actualizado: 23/04/2024
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El primer cementerio vasco

El primer cementerio vasco

Vía: Un reportaje de Iñaki García / deia.eus

“Llevo trabajando en Tribisburu desde el principio, aunque soy arqueólogo y me muevo por la península” “Me gusta saber cómo vivíamos en la antigüedad, qué tipo de gente éramos, cuáles eran las costumbres…” “Me interesa la arqueología y siendo de Bermeo y no habiendo mucha información, esto asombra” “Los trabajos se reiniciaron en 2014 para descubrir más estructuras y para hacer el espacio visitable” “Había venido alguna vez que otra. Me gusta mucho el sitio porque es muy bonito”

La creación de espacios para honrar a los muertos no es cosa de hace unos pocos siglos. El yacimiento romano de Tribisburu, en Bermeo, que forma parte de los Itinerarios Históricos por Urdaibai que son organizados por la Diputación de Bizkaia, permite reforzar la afirmación inicial.

Los restos arqueológicos componen una necrópolis del siglo III de nuestra era, uno de los recintos funerarios romanos más grandes del norte de la península y el más grande de Euskadi. Se trata de una serie de estructuras cuadradas erigidas mediante piedras, que forman un arco, donde se depositaban los restos de los difuntos una vez eran cremados. Al lugar se puede acceder a través de una pista de montaña que cruza por el centro del recinto, dejando los mausoleos visibles a ambos lados.

Pese a que cada año se consiguen saber datos nuevos, aún no se conoce el poblado al que pertenecía este cementerio. Se contempla que las necrópolis se erigían a una distancia aproximada de entre 200 metros y dos kilómetros respecto a la urbe. Aunque por sus dimensiones se contempla que más que de un pequeño pueblo era parte de una ciudad. O incluso de dos núcleos urbanos.

Los arqueólogos Juanjo Cepeda y David Cortés son los responsables de la excavación de Tribisburu. En la actualidad solo es posible ver la base de las construcciones, las que se encontraron en primer lugar fueron consolidadas. De no serlo, en un par de años “no serían visibles, porque si no se cuidan crece la hierba y la naturaleza oculta el yacimiento”, afirma Cepeda. Los arqueólogos especulan que la altura aproximada de cada estructura era de metro y medio, y que antes de derruirse tenían un rudimentario tejado a dos aguas hecho de piedra. Pareciendo así pequeñas casas. Al consolidar lo que queda de las estructuras, los responsables han añadido puntos rojos que marcan la altura con la que fueron halladas las estructuras.

Todas están organizadas en un arco que mira a un punto de particular importancia, se especula que podía ser la puesta de solo pero no está confirmado, que debía ser de especial interés porque existen incluso estructuras superpuestas para mantener la distribución original. “Puede que se construyeran mausoleos nuevos sobre otros que habían sido abandonados”, analiza el arqueólogo.

Antes de depositar los restos en estos pequeños mausoleos se realizaban piras funerarias sobre fosas, en las que se acumulaba leña y circulaba el aire, con el objetivo de cremar a los difuntos, posteriormente se recogían los restos y se depositaban en una urna o en algún tipo de recipiente. Hay que puntualizar que “la cremación no es como la incineración”, explica Cepeda. No existían los medios como para alcanzar la temperatura que consiguen los hornos actuales, por lo que “quedaban huesos o dientes”.

Una vez bien resguardados, se dejaban dentro de una de las estructuras. En otras ocasiones, y de forma menos habitual, las zanjas servían como sepultura. Alguna de ellas ha sido localizada, pero su conservación resulta imposible. Por eso, están marcadas en el mapa explicativo que acompaña al yacimiento.

“No se conservan restos de las sepulturas”, afirma Juanjo. El motivo, que “el terreno es muy ácido y ha hecho desaparecer” cualquier resto humano. Sin embargo, es posible encontrar carbón o instrumentos en las tumbas, por ejemplo, los restos de un hacha de hierro que se usaba para escarbar o de una jarra. Además, en el exterior se han apilado fragmentos de otros materiales, como cristales. Uno de los motivos posibles, según Cepeda, es que “podía haber tumbas en el exterior”.

La población de esta zona estaba compuesta por vascos, pero que estaban romanizados. Cepeda analiza que “la influencia imperial es notoria en la organización de las construcciones”, especialmente en cómo dividían el espacio entre las construcciones para poder transitar entre ellas. Ya que la necrópolis se frecuentaba durante todo el año, bien para hacer ofrendas, o para el día del difunto, entonces se conmemoraba el día de nacimiento del difunto, no el de la muerte.

La zona que hoy ocupa Euskadi era parte del Imperio Romano y, a diferencia de Cantabria o Asturias, no hubo una oposición militar. Cada año jóvenes se trasladan a otros puntos del territorio romano para tomar parte en campañas militares. Existía entonces la necesidad de entenderse con otros ciudadanos romanos, por lo que todos eran latinizados. Aunque no aprendían el lenguaje estandarizado, sino uno adaptado a las necesidades del ejército. Pese a que hasta el momento no se ha encontrado ninguna inscripción en el recinto. Por este motivo, Joserra, un vecino de Bermeo muy interesado en la historia y que visita el yacimiento cada año para conocer los avances, se pregunta por qué, a pesar de que muchos de los ciudadanos conocían el latín, el euskara sobrevivió.

La necrópolis fue descubierta en el año 1993. Se realizaba una exploración por la zona cuando se detectaron las primeras edificaciones. En los años posteriores los restos apenas fueron cuidados, por lo que la flora volvió a cubrir el terreno y las raíces de los árboles rompieron varias paredes que, en una segunda exploración, tuvieron que ser reconstruidas. Curiosamente, al continuar con el proyecto se descubrió que cada estructura había tenido una abertura en la parte interior del arco que, al volver a edificar las zonas afectadas, no fue respetada.

Uno de los objetivos de Cepeda antes de acabar la excavación es encontrar los extremos del semicírculo, y poder calcular la superficie total de las ruinas. Además, asegura que han tenido mucha suerte porque al estar realizando la exploración “en un terreno público” han obtenido muchas facilidades. Mientras que en Bizkaia abundan los minifundios privados. DEIA

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