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Actualizado: 19/04/2024
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Juan A. Lorenzo Lima: «El retrato funerario era una forma de perpetuar el recuerdo»

Juan A. Lorenzo Lima: «El retrato funerario era una forma de perpetuar el recuerdo»

Vía: rtvc

Hablamos con el comisario de la exposición ‘Vecinos de la ciudad. Retratos en San Cristóbal de La Laguna [siglos XVI-XIX]’ que puede visitarse hasta el 15 de diciembre de 2018 en la Casa de los Capitanes de La Laguna (Tenerife).

El doctor en Historia del Arte Juan Alejandro Lorenzo Lima es el comisario de ‘Vecinos de la ciudad. Retratos en San Cristóbal de La Laguna [siglos XVI-XIX]’, exposición inaugurada recientemente en la Casa de los Capitanes de La Laguna y que propone un recorrido por el pasado de la ciudad a través de los retratos de algunos de sus vecinos. A través de 125 piezas, entre pinturas, esculturas y otros objetos de uso cotidiano, la muestra reflexiona en torno a los usos y funciones del retrato como imagen personal y social.

-¿Qué cuenta ‘Vecinos de la ciudad’?
La exposición aspira a mostrar la historia de la ciudad de La Laguna por medio de los retratos que han subsistido de sus vecinos, reivindicando la valía de ellos como una herramienta útil para conocer lo sucedido durante el Antiguo Régimen y el inicio de la época Contemporánea.

-Uno de los ámbitos de la muestra está dedicado al retrato funerario.
En efecto, el ámbito IV lo hemos dedicado a esta variante del retrato, que tanto proliferó en La Laguna durante el siglo XVIII y al que se dedicaron habitualmente artistas de fama en aquella época como José Rodríguez de la Oliva (1695-1777) o Juan de Miranda (1723-1805). Con las obras reunidas en esta sección, demostramos que la imagen de los seres difuntos estuvo muy presente en el día a día de quienes vivieron durante la época Moderna, porque eran a la vez un testimonio de su apego afectivo y del recuerdo que seguía latente a partir de ellos. Por eso, repetimos siempre que en ese tipo de representaciones los modelos o personas retratadas están «más vivos que nunca».

-La exposición exhibe nueve pinturas y grabados sobre este tema.
En efecto, lo que se ha pretendido es demostrar que esta modalidad representativa implicó a diversos artistas y a distintas técnicas o modos de hacer arte, ya que engloba por igual óleos sobre lienzo (pinturas) y representaciones de papel (grabados), en su mayoría creaciones del siglo XVIII.

-¿Cuál era la función de este tipo de obras?
Señalábamos antes que su función era perpetuar el recuerdo, a semejanza de lo que hacemos ahora con la fotografía. Por eso mismo, en el siglo XIX, cuando apareció este «nuevo arte» o forma mecánica de retratar, también fue común la variante de retratos de difuntos. Dependiendo del tipo de modelo o persona efigiada cumplían un fin concreto, pero en lo esencial servían para perpetuar la última imagen de quien fallece por una u otra razón y era reconocido en su entorno inmediato.

No debemos olvidar que esos personajes cercanos eran los que demandaban dichas figuraciones, entre las que, incluso, pueden distinguirse dos tipos: las fúnebres (que describen al difunto en posición yacente, al modo en que era velado antes del entierro) y las mortuorias (una especie de «retrato oficial», con el difunto erguido y habitualmente representado de busto).

-Encontramos retratos funerarios religiosos pero también de carácter civil ¿Eran igual de comunes?
Sí, hay obras religiosas para perpetuar la memoria de sacerdotes, obispos, frailes y monjas que destacaron en vida y murieron con fama de santidad, destacando en ese sentido las representaciones expuestas de sor María de Jesús (1643-1731), la famosa Siervita del convento de monjas catalinas. El otro monasterio de la ciudad, el de las clarisas, conserva un extraordinario conjunto de obras de este tipo, revelándose como uno de los más ricos que conservan clausuras subsistentes en el mundo hispano. Es un referente patrimonial que conviene reivindicar y estudiar mejor por su originalidad.

Otros grupos sociales participaron igualmente de esta variante del retrato y así lo refleja la exposición, con obras protagonizadas por personajes de raigambre nobiliaria (dos efigies del matrimonio Guerra) y de la burguesía (imagen no expuesta hasta ahora de Matías Rodríguez Carta, rico vecino de Santa Cruz que poseyó hacienda en Valle de Guerra). Todas estas pinturas son obras de calidad, atribuidas con fundamento a Rodríguez de la Oliva.

-Al visitar la exposición sorprende el montaje que preside uno de los testeros de la sala con un ataúd, un gran candelabro, crucifijos…
Procuramos ambientar la exposición con objetos de la vida cotidiana, para demostrar que lo contemplado en los retratos puede extrapolarse a nuestros enseres de la vida cotidiana. De ahí que la exposición albergue objetos vinculados con el mundo de la muerte, muchos de ellos desconocidos y no tan frecuentes: un cajón de difuntos del siglo XVIII, candeleros de bronce, cruces de difuntos, un candelabro de pie para velatorio con escudo y hasta la reproducción a gran escala de un cuadro existente ahora en Los Realejos, donde contemplamos la asistencia de varios laguneros del siglo XVIII al entierro de Santo Domingo de Guzmán sucedido centurias antes….

-¿Qué tres piezas son de visita imprescindible?
Esta pregunta no tiene fácil respuesta, porque, en sí misma, cada obra es reflejo de historias particulares y del trabajo de artistas notables. Idearla no ha sido fácil, ya que buena parte de las piezas son de origen particular y ello dificulta mucho los trámites para préstamos y reproducción que ha gestionado la empresa Lhorsa. Arte y Eventos.

Aún así, me quedo con tres retratos no muy vistos hasta ahora: el del II marqués de Nava, pleno en sus formas seiscentistas que ahora atribuimos a Gaspar de Quevedo (1616-1670…); la efigie elocuente de Catalina Prieto del Hoyo que proviene de una colección de Garachico, tal vez uno de los mejores retratos que se hayan pintado en Canarias y creemos obra de Juan de Miranda; y el retrato de Juan Padrón que pintó Luis de la Cruz (1776-1853) en 1815, interesante en fondo y formas. Así refiero obras de autores y épocas diferentes.

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