La alarma no sonó en un museo, sino en los cementerios. Durante semanas, los responsables de panteones en Murcia y Alicante observaron con impotencia cómo desaparecían figuras sagradas, una tras otra. Vírgenes, Cristos, santos. No obras de arte al uso, sino piezas con valor sentimental incalculable para las familias.
Fue en marzo cuando la Guardia Civil activó la operación. Las pistas llevaban a un sospechoso de 49 años, vecino de Murcia, que acabó detenido como presunto autor de 15 robos. Pero la clave no fue solo el seguimiento físico, sino el rastreo digital: ventas sospechosas en círculos de coleccionistas, lotes enteros de esculturas de estilo ‘Olot’ —tallas religiosas con creciente demanda— moviéndose con demasiada agilidad.
Finalmente, 52 piezas fueron localizadas. Una de ellas, de 150 años. La mayoría están ya en poder de la Guardia Civil de Torreagüera, a la espera de ser reconocidas y devueltas a sus legítimos propietarios.
Este episodio, además del daño económico —casi 100.000 euros en pérdidas—, revela una fragilidad emocional: la profanación del recuerdo. Porque no se trataba solo de imágenes. Eran guardianas de la memoria, de la fe y de los afectos.