Morir es inevitable. Lo que cambia es el cómo. Frente al mármol y al fuego, surge ahora una opción radicalmente distinta: la humusación. Transformar el cuerpo humano en tierra fértil, en compost que regenere el ciclo vital. Convertir tumbas en bosques. Cenizas en raíces.
En el documental «Compóstame», emitido por Documentos TV, se recoge esta propuesta que rompe tabúes y resuena con fuerza en quienes desean una despedida respetuosa con la naturaleza. En EE. UU., seis estados ya permiten esta técnica. En Alemania, se ha iniciado de forma experimental. En Bélgica y Francia, el debate se abre paso entre la ciencia y la política.
La idea, defendida por figuras como Cléo Duponcheel o el científico Ezio Gandin, no es solo ecológica. Es espiritual. Es emocional. Dar vida tras la muerte. Ser árbol. Ser flor. Ser bosque. Familias que han optado por este método aseguran que el proceso ha sido sanador. Que el duelo se vuelve menos oscuro cuando la muerte florece.
Pero no todo es idealismo. Las barreras legales son altas. Las resistencias culturales, profundas. En Francia, por ejemplo, aún cuesta imaginarse “ser humus en el jardín”. Sin embargo, la semilla ya ha brotado, y muchos creen que esta alternativa será parte del futuro funerario.
En España, y en otros países como Dinamarca, Suiza o Chequia, asociaciones y funerarias ya estudian cómo integrar esta opción. Porque, al final, la pregunta no es si moriremos, sino cómo queremos seguir siendo parte de la vida.