Una piedra que cae puede parecer una anécdota. Pero cuando cae de un monumento histórico protegido, como el cementerio de Comillas, se convierte en una señal de alarma. Y esa alarma ya ha sonado.
Tras años de advertencias por parte de expertos, la situación ha alcanzado un punto crítico. La alcaldesa, Teresa Noceda, avisó el pasado 21 de marzo al consejero de Cultura del grave deterioro que sufre este Bien de Interés Cultural (BIC), con muros que se desmoronan y pináculos inclinados. Apenas dos semanas después, la Policía Local tuvo que intervenir tras la caída de un bloque del camposanto.
El 8 de abril, inspectores del Gobierno de Cantabria acudieron al lugar. El informe de Patrimonio Cultural no deja lugar a dudas: se exige al Obispado, titular del cementerio, actuar de manera inmediata.
El paso del tiempo y la falta de intervención han dejado cicatrices profundas. El contrafuerte que sostiene el emblemático arco triunfal —donde se alza el Ángel Exterminador de Josep Llimona— está gravemente erosionado. El arco, clave en la fachada del camposanto diseñado por Lluís Domènech i Montaner, podría desplomarse.
A esta situación se suman remiendos improvisados con ladrillo y madera, hierbas creciendo entre nichos y lápidas desgastadas por la intemperie. Solo algunos esfuerzos aislados, como la reciente restauración de la verja, han aliviado momentáneamente el abandono.
El cementerio de Comillas no es solo un lugar de descanso eterno. Es una joya modernista. Un testigo de piedra que hoy pide auxilio.