Seis meses han pasado desde que la Dana del 29 de octubre arrasó Montroi, pero el silencio en el cementerio aún no se rompe. Bajo tierra, el agua filtrada durante las lluvias debilitó la estructura de unos 180 nichos, muchos con más de 60 años de historia. Hoy, los restos de 150 vecinos esperan ser trasladados con respeto y cuidado a un nuevo espacio.
El alcalde, Manuel Blanco, no esconde la preocupación: “Es una prioridad. La situación representa un problema de salubridad y exige una respuesta urgente”. Sin embargo, esa respuesta no es fácil. El proceso es lento, costoso y emocionalmente delicado. Cada nicho debe ser derribado con precisión quirúrgica, para que los restos puedan ser recuperados sin daño.
Montroi no solo pelea contra el paso del tiempo y la burocracia, sino también con las emociones de las familias. Antes de actuar, el consistorio debe contactar a cada una para obtener el permiso de traslado. Unos serán reubicados en la zona recién construida, otros podrían tener un nuevo tramo si el espacio no alcanza.
Este no es un simple proyecto de obra pública: se trata de dignidad. De mantener viva la memoria de quienes nos precedieron. De actuar con la máxima sensibilidad, en un entorno donde cada detalle cuenta.
La reconstrucción puede tardar hasta un año, pero la voluntad de preservar lo que importa no entiende de plazos. En Montroi, el silencio del cementerio hoy habla más que nunca.