Una mañana cualquiera se tornó en pesadilla para los vecinos de Belesar. Como si de una escena sacada de una película surrealista se tratara, el pequeño cementerio de esta parroquia lucía irreconocible: flores desgajadas, lápidas rotas, cruces partidas y hasta un monolito de 1943 reducido a pedazos. Todo apunta a un acto deliberado de vandalismo ocurrido durante la madrugada. El silencio del camposanto se vio quebrado por el rugido de una motocicleta, cuyas rodadas aún marcaban la tierra húmeda.
Fina Cuba, una vecina afectada, relataba que rompieron la capilla de su familia, destruyeron imágenes religiosas y esparcieron flores por un prado cercano. Las marcas de la violencia eran evidentes en cada rincón del camposanto: desde los papeles arrancados del tablón de anuncios, hasta la puerta del sótano forzada y las llaves eléctricas destruidas.
Pili Morado, otra de las afectadas, llegó con rosas en memoria de su madre, enterrada allí el año anterior. Al ver los restos de las flores por el suelo, se le quebró la voz: “Meu tío estaba chorando. Imagina que houbiese alguén… por sorte, non había ninguén na tumba profanada”.
El sacerdote de la parroquia, Félix Villares, lamentó los hechos con una mezcla de impotencia y tristeza: “Esto é dolorosísimo. Só pensar en que lle fagan algo aos nosos defuntos…”. La Guardia Civil ya ha documentado los daños, y los vecinos elaboran un inventario para formalizar la denuncia.
En Belesar nadie recuerda algo similar. Lo más doloroso no fue solo el destrozo físico, sino el desprecio a la memoria de los que descansan en paz.
