En la quietud de la madrugada, mientras el pueblo dormía, ocho cruces de hierro desaparecieron del cementerio de Castrillo Mota de Judíos, en la provincia de Burgos. Fue entre el viernes Santo, 18 de abril, y la madrugada del sábado 19, cuando los ladrones accedieron al camposanto, situado a pocos pasos del casco urbano.
El alcalde, Lorenzo Rodríguez, no esconde su consternación. «Es un expolio. Un golpe a la memoria de nuestro pueblo», declaró con voz firme y visible indignación. Las cruces, antiguas y de hierro, tenían un valor simbólico más que económico, pero es precisamente eso lo que más duele a los vecinos: que se profane el lugar donde descansan los suyos.
La cercanía del cementerio con las viviendas hace aún más insólito el suceso. Este tipo de robos suele darse en lugares apartados, sin vigilancia ni paso habitual, lo que lleva a pensar que los autores conocían bien la zona. Aunque no se descarta el móvil económico —el hierro tiene mercado en el circuito ilegal—, el contexto no se puede ignorar.
No es la primera vez que este pequeño pueblo de menos de 60 habitantes aparece en los medios por actos vandálicos. Ya en 2021 y 2022, Castrillo Mota de Judíos fue objeto de pintadas antisemitas, quema de contenedores y daños al mobiliario urbano. Su propio nombre, con raíces históricas, ha sido motivo de ataques y prejuicios, según confirmó en su día la Guardia Civil.
La denuncia ya ha sido presentada. Mientras tanto, el silencio del cementerio se vuelve más denso, como si las ausencias fueran ahora más visibles. Y el pueblo, una vez más, se ve obligado a defender su historia y su dignidad frente a los que buscan borrar sus símbolos.
