En un rincón aparentemente tranquilo del Parque Natural de ses Salines, junto a la hermosa cala de Sa Caleta en Ibiza, los árboles guardan un secreto que crece cada año. Bajo sus sombras y sobre la tierra, han empezado a brotar pequeñas construcciones de piedra. No son esculturas ni señales de senderismo. Son tumbas. Tumbas de animales, improvisadas, llenas de fotos, collares, peluches y mensajes de despedida. Un último adiós que, en el fondo, también es una llamada de socorro a la naturaleza.
La cuenta de Instagram Summer in Ibiza is Coming ha puesto el foco sobre esta práctica, que aunque nace del cariño, acaba provocando un impacto muy real: basura acumulada, restos orgánicos en descomposición y un entorno protegido que empieza a resentirse. La publicación, cargada de ironía pero también de frustración, denuncia que el bosque se ha llenado de lo que llaman “cuquitumbitas”, pequeños altares para perros y gatos fallecidos.
«Hay por lo menos 60 tumbas con vistas mejores que las tuyas», escriben en su perfil, acompañando el mensaje con imágenes donde se puede ver desde una fotografía plastificada hasta peluches deteriorados por la intemperie.
Aunque esta práctica no es nueva, sí parece estar creciendo sin control. Hace años que algunas personas comenzaron a enterrar a sus animales en esta zona, buscando un lugar íntimo, natural y lleno de paz. Pero el homenaje se ha convertido, con el paso del tiempo, en una costumbre que roza lo perjudicial. La acumulación de objetos, algunos no biodegradables, contrasta con la normativa que protege estos espacios.
Y es que el Parque Natural de ses Salines no es un bosque cualquiera. Es un ecosistema protegido, hogar de especies autóctonas, lugar de paso de aves migratorias y pulmón verde de una isla cada vez más saturada.
La intención, seguramente, nace del amor. Pero la consecuencia es una herida más en un entorno que no puede defenderse solo. La pregunta queda en el aire: ¿hay otras formas de decir adiós sin dañar lo que nos rodea?
Una historia de ternura que, sin quererlo, amenaza con convertirse en una historia de degradación ambiental. Ibiza guarda memoria de sus mascotas, sí. Pero también necesita que su naturaleza siga viva.