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Actualizado: 30/04/2024
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El cementerio de La Orotava y los enterramientos en iglesias

El cementerio de La Orotava y los enterramientos en iglesias

El cementerio de La Orotava y los enterramientos en iglesias

Vía: Autor: José M. Rodríguez Maza

El 19 de julio de 1823, 36 años después de que el rey Carlos III prohibiese por Real Orden los enterramientos en las iglesias, fue bendecido oficialmente por el Vicario y Beneficiado de la parroquia de la Concepción de La Orotava Domingo Curras Abreu el Cementerio Católico de la Villa de La Orotava.

El camposanto era ya por esos años una necesidad acuciante en la Villa, en la medida en que tanto las iglesias como las ermitas ya no daban abasto para acometer tanto enterramiento y los dos cementerios provisionales que fueron creados urgentemente en 1816 (en la iglesia derruida de San Francisco) y 1821 ( en el convento suprimido de los padres agustinos) no ayudaron a solucionar el problema.

Durante años y como era costumbre en todos los lugares, se enterraba a los fieles en las iglesias, y en el caso de La Orotava se empezó enterrando primero en la Iglesia de la Concepción, no en vano su curato data de 1503, pero pronto se comenzó también a inhumar en todos los conventos y ermitas del municipio.

Que La Orotava haya tardado tanto en tener un cementerio permanente a pesar de la R.O. de Carlos III, no le hace distinto del resto de municipios de las Islas, dado que, como apunta Francisco José Galante en su libro Los Cementerios: otra lectura de la ciudad burguesa, “en Canarias se vulneraron en múltiples ocasiones aquellas disposiciones reales”, radicando según él, la construcción de dichos camposantos en una provisión que dictó la Real Audiencia en 1807. Esta ley junto con las mejoras higiénicas “que se proyectaron ante los continuos brotes de epidemias provocaron la rápida construcción de cementerios”. Ejemplo de esto es que cementerios como el de Santa Cruz de Tenerife o como el de Las Palmas de Gran Canaria se comenzaron a construir en 1811, fecha también muy alejada de la R.O. de Carlos III, al igual que el de La Laguna, que en 1807 y a instancia del párroco de Los Remedios Pedro José Bencomo bendijeron su cementerio provisional.

Otros casos son todavía más llamativos, ya que municipios como Vilaflor de Chasna, que enterraba a sus feligreses tanto en la iglesia de San Pedro como en el convento agustino de San Juan, siguió enterrando hasta 1901 en dicho convento. Valverde, en el Hierro, bendijo su cementerio en diciembre de 1868. Santa Cruz de La Palma lo comenzó a construir en 1874, y el de Arico data de 1925.

Pero a pesar de todo esto, La Orotava pudo haber sido el primer municipio canario en contar con un camposanto municipal, dado que como comenta Antonio Luque Hernández en su libro La Orotava, corazón de Tenerife, “el primer proyecto de necrópolis municipal para La Orotava data del año 1790, y fue obra del teniente coronel Juan Antonio de Urtusaústegui y Lugo, quien se propuso situarlo en las inmediaciones del nuevo templo de Nuestra Señora de la Concepción”. Pero lamentablemente no se llevó a cabo, “por los grandes inconvenientes que ese sitio presentaba”.

Como ya hemos apuntado, en La Orotava se realizaban los enterramientos en la parroquia de la Concepción, pero al comenzar los problemas de salubridad en ella por el alto número de enterramientos se tuvo que empezar a realiza inhumaciones tanto en ermitas como en conventos, para así liberar un poco de presión a la iglesia parroquial. Los primeros lugares utilizados fueron los conventos de San Francisco y de San Nicolás Obispo, de monjas catalinas de la Orden de Santo Domingo. Pero muy pronto se sumaron a ellos el resto de los conventos y las ermitas de San Roque y San Sebastián y, sobre todo, la de San Juan (convertida en parroquia en 1681).

La Orotava contaba a finales del siglo XVII con cinco conventos, tres masculinos y dos femeninos: el de San Lorenzo de frailes franciscanos, el de San Benito de dominicos, el de San José de monjas clarisas de la Orden Segunda de San Francisco, el de San Nicolás Obispo, de monjas catalinas de Santo Domingo y el de Nuestra Señora de Gracia de padres agustinos, siendo todos ellos utilizados en mayor o menor medida como lugar de enterramiento, y no solo para los patronos de las capillas, sino para el pueblo en general. Y además, contaba también con varias ermitas y con el Hospital de la Santísima Trinidad, que también llegaron a ser lugares de enterramientos. Este último, por ejemplo, dio sepultura al cadáver del joven herreño de 21 años Pedro Machín, el 17 de mayo de 1690, quien había fallecido en dicho centro sanitario.

PARROQUIA DE SAN JUAN
Durante el siglo XVIII, y una vez convertida la ermita de San Juan en parroquia, sus fieles fueron enterrados en dicha iglesia titular, salvo casos esporádicos en el que los enterramientos se realizaban tanto en el convento de San Francisco como en el de Santo Domingo, e incluso como en 1711 y 1712, y de forma esporádica, en la propia parroquia de la Concepción. Pero por lo general todos eran en San Juan, iglesia que contaba a mediados de dicho siglo con 14 filas de sepulturas que estaban situadas en la nave principal. La situación continuó igual en dicha iglesia parroquial durante el siglo XIX hasta que el 2 de junio de 1816 fue bendecido el cementerio provisional en un terreno contiguo al convento franciscano.

PARROQUIA DE LA CONCEPCIÓN
El caso de la parroquia de la Concepción fue muy similar al de San Juan durante la primera mitad del siglo XVIII, ya que principalmente se estaba enterrando a los fieles en su propia iglesia, aunque a partir de la segunda mitad de siglo comenzaron los enterramientos en otras iglesias, como las de los conventos de Gracia o San Nicolás, llegando al final de dicha centuria a enterrarse más fuera de la Concepción que en ella, destacando Santo Domingo y San Lorenzo como los lugares de más uso, aunque sin obviar San Agustín y el Hospital de la Trinidad.

Es necesario recordar que este siglo fue muy importante para la iglesia de la Concepción, no en vano y debido al lamentable estado en el que quedó tras los terremotos del volcán de Güímar, hubo que ser derribada en 1768, para volver a levantarse en su actual configuración. Durante el siglo XIX vuelven a aumentar los enterramientos en la iglesia parroquial, hasta que en octubre de 1812 se opta nuevamente por enterrar fuera de ella, aunque solo hasta julio del año siguiente. La Concepción también enterró a sus fieles en el cementerio provisional instalado por la justicia junto al convento de San Francisco.

LA CONSTRUCCIÓN
Si bien la publicación del Decreto de Cortes de noviembre de 1813 alentó nuevamente a La Orotava a construir un cementerio permanente que aliviara así los problemas de insalubridad que estaban padeciendo en sus iglesias y ermitas, no sería hasta el mes de agosto de 1817 cuando se comenzaron a dar los primeros pasos en esta dirección. En esa fecha se crea una comisión dentro de la Junta Superior de Sanidad que elige unos terrenos del marqués de Torrehermosa como los adecuados para la construcción del camposanto, empezando a realizar las obras, pese a la escasez de recursos municipales. Pero debido primero a problemas con la legitimidad y valor de dichos terrenos y, luego, a la falta de recursos económicos para realizar las obras, estas se retrasaron varios años. Como hemos visto la situación en octubre de 1821 era insostenible y tanto la parroquia de la Concepción como la de San Juan no admitieron más enterramientos en sus iglesias.

Según apunta Juan Alejandro Lorenzo Lima en su obra Una faceta olvidada de Fernando Estévez. Su trabajo como urbanista en La Orotava, uno de los grandes lastres para la captación de fondos para el cementerio fue la falta de apoyo económico del beneficio de la Concepción. Como ya hemos comentado dicha iglesia fue utilizada por ambas parroquias desde el siglo XVII para dar cabida a más enterramientos, pero ya la situación era insostenible, dejando de enterrar a partir del mes de marzo de ese año de 1823.

A comienzos de julio, mientras la parroquia de San Juan enterraba en San Agustín y la de la Concepción lo hacía en la ermita de San Sebastián, pese a presentar ambas ya altos índices de insalubridad, el Ayuntamiento y dada la urgencia en abrir dicho cementerio, acordó “sin pérdida de tiempo se proceda a poner la puerta provisional que ya se halla hecha y a cercar el cementerio al alto de dos varas en toda su extensión.” A los pocos días el definitivo cierre de San Agustín y de San Sebastián obliga a bendecir el cementerio y a ordenar celebrar ese mismo día el primer entierro en dicho camposanto. Pero, a pesar de que con la bendición del cementerio se pensó que los problemas iban a cesar, no fue así, dado que el marqués de Torrehermosa presentó queja al Ayuntamiento por “el paraje por donde se debía de entrar para dar sepulcro a los cadáveres en el mismo cementerio… atraviesa por el frente de la trasera de su casa donde dice pensaba fabricar un jardín de recreo”.

A finales de 1823 quedó concluido el camposanto orotavense, construido según proyecto de Fernando Estévez, descargando por fin de la presión de los enterramientos a las iglesias y ermitas de la Villa. Fernando Estévez (1788-1854) es uno de los artistas más importantes del contexto canario del siglo XIX y no solo por su faceta como imaginero, sino por su carácter polifacético dado sus trabajos como, retablista, pintor, urbanista y orfebre.

En entredicho
El Cementerio Católico de La Orotava fue declarado por el obispado nivariense como lugar profanado o en entredicho, por permitir el enterramiento de José Nicolás Hernández, miembro de la logia masónica orotavense Taoro nº 90, quien falleció en La Orotava en noviembre de 1878. Dicho cementerio fue declarado en entredicho por sentencia de 23 de diciembre de ese año. Y la situación empeoró aún más, cuando se permitió al poco tiempo el enterramiento de otro masón, el VIII marqués de la Quinta Roja Diego Ponte y del Castillo, a pesar de la negativa del párroco de la Concepción José Borges Acosta. Esto originó que el camposanto permaneciera como lugar profanado durante más de 26 años, tiempo que necesitó el obispado para decidirse a levantar” el entredicho que pesa sobre el Cementerio Católico de La Orotava”. (Para más información, véase Masonería e Intolerancia en Canarias: El caso del marquesado de la Quinta Roja” de Nicolás G. Lemus y José M. Rodríguez Maza)

Como hemos visto, desde los primeros años de funcionamiento del camposanto, se ha exigido un lugar para los que mueren fuera de la comunión católica. Es decir, y según recoge el Derecho Canónico para los integrantes de sectas heréticas o cismáticas como masones y similares; excomulgados; suicidas; pecadores públicos, e incluso los que hicieran quemar su cadáver, a no ser que hubieran dado alguna señal de arrepentimiento. Además, según el Concordato de 1851 no se pondrá ningún tipo de impedimento a prelados o ministros de la Iglesia en el ejercicio de sus funciones. Y esto sumado al conflicto generalizado por la titularidad de los cementerios y quien debía tener la llave del recinto, si bien la autoridad eclesiástica o los ayuntamientos, originó numerosos problemas. En 1904 se levantó el entredicho al reconocer el Obispado que no se pudo demostrar que el marqués era masón y dado que, como le había notificado el alcalde, los restos de José Nicolás Hernández “que yacían sepultados en el Cementerio Católico pero separado por una valla de madera sin signo alguno religioso, fueron trasladados hace años al osario general por la necesidad de remover diferentes veces el terreno que ocupaba para la inhumación de otros cadáveres”.

Pero esta situación no se dio únicamente en La Orotava. Por ejemplo, los dos cementerios de Santa Cruz de Tenerife, el de San Rafael y San Roque y el de Santa Lastenia, fueron igualmente sancionados por el obispado. El primero, en 1913 por enterrar a un niño sin bautizar y permitir luego que no se cercara la sepultura con una valla de madera, como mandaba la ley. Lo de Santa Lastenia fue aún más grave, porque aún sin bendecir ya se enterraban cadáveres sin avisar a la Iglesia y permitiendo que se enterrasen “católicos, no católicos y suicidas”. Otro ejemplo es el de Tazacorte, cuyo párroco informó al obispado en 1939 del hecho de que sin su consentimiento se enterrase el cadáver de Manuel Lorenzo Gómez, al que él consideraba que no merecía sepultura eclesiástica. // publicado en.: Diario de Avisos

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