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Actualizado: 27/03/2024
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La Almudena, el primer Cementerio judío de España

La Almudena, el primer Cementerio judío de España

Vía: Eva Bárcenas / ABC

En la Avenida Daroca hay cuatro parques infantiles y tres cementerios que forman la Necrópolis del Este. El primero, el camposanto de Nuestra Señora de La Almudena, tiene 120 hectáreas. Dentro hay una parada de taxis, una capilla e incluso una casa okupa. El segundo es el Cementerio Civil, a cuya entrada se encuentran los restos de Pablo Iglesias, Dolores Ibárruri, Pío Baroja o Blas de Otero. Al fondo, donde parece que termina el recinto, hay una tapia y una pequeña puerta verde. Tras ella, el Beit Hajaim, el Cementerio Hebreo. El espacio está marcado por el rito.

Alrededor de un centenar de tumbas pueblan el lugar. Aquí las flores son una excepción, y las cruces un imposible. Todas las lápidas están adornadas con una Estrella de David, una suerte de firmamento de piedra en el que reposan los judíos fallecidos en España. Los mensajes de sus familiares están escritos en hebreo. Además, hay piedras encima de los sepulcros.

Es un lugar en el que cuentan los pequeños detalles. A los pies de la tumba de María Rosa, hay un rosal con más de metro y medio de alto. En otro rincón del cementerio, una persona decidió dejar un cirio azul con una Estrella de David y los colores de la bandera de Israel. Justo detrás, donde reposa Salomón, guijarros y cantos comparten su espacio con una flor solitaria y marchita; quizá alguien pensó que no era mala idea mezclar ritos.

El Cementerio Hebreo es pequeño y apenas puede compararse con Nuestra Señora de La Almudena, por cuyas calles circulan los vehículos con límite de 50km/h. Pero, a pesar de su tamaño, nada tiene que envidiar a sus hermanos. También se respira paz, esa tranquilidad tan particular que solo puede encontrarse en una necrópolis y que solo se atreven a romper, de vez en cuando, los pájaros.

Ni siquiera la puerta verde se atreve a chirriar y molestar a los que descansan. Por eso, mientras paseas con curiosidad entre las tumbas intentando descifrar el alfabeto hebreo y preguntándote cómo será un entierro judío; no te das cuenta de que tienes compañía.

Los ritos
Ernest es un chico de unos 20 años, que aunque no es de Madrid está en la capital estudiando en la universidad. Por deber familiar o por mera curiosidad, se ha acercado al Cementerio Hebreo para conocer la tumba de un antepasado suyo, aunque con una sonrisa enigmática evita decir quién es. Lo que sí conoce es la historia del lugar.

El rey Alfonso XIII otorgó el permiso a la comunidad judía en el año 1922 para inhumar sus muertos de acuerdo con su religión. Se inaguró entonces el Beit Hajaim, de una hectárea, con el entierro de un gibraltareño llamado Acrich. Con el tiempo, el lugar se quedó pequeño y la Comunidad judía de Madrid decidió a finales de los 70 tener su propio cementerio en Hoyo del Manzanares, donde está enterrada la superviviente del Holocausto Violeta Friedman. «Creo que el nuevo camposanto se levantó por un problema con los arrendamientos de La Almudena, porque la religión hebrea prohíbe mover un cuerpo», aventura Ernest. Las tumbas no pertenecen a la familia a perpetuidad, sino que están arrendadas. Por eso, si cumplido el plazo las familias dejan de pagar el alquiler, los responsables del cementerio se reservan el derecho de exhumar el cadaver.

A la hora de explicar cuáles son los rituales que siguen los judíos para despedir a sus seres queridos, no renuncia a las similitudes con el Cristianismo. «Nosotros también tenemos ángeles de la guarda, son la Hebra Kadisha», explica. Una hermandad de voluntarios que asisten al moribundo y a sus familiares en los momentos finales, animándole a confesarse y a organizar sus asuntos terrenales. Cuando la persona expira, son los familiares los que toman las riendas para lavar el cadáver y purificar el alma del fallecido. Después, se cubre con mortajas simples, blancas y hechas a mano, confeccionadas con telas baratas. «Aquí tanto el rico como el pobre se van igual», señala Ernest. Además, explica que una vez que una persona fallece, se tapa su cara como signo de respeto, y «ni siquiera su familia puede verla».

Los difuntos son enterrados por su familiares en un ataúd de pino u otra madera barata, pegado con cola porque no pueden llevar ningún objeto metálico. «Tierra eres y en tierra te convertirás», dice la Torá. De hecho, este es un punto en conflicto con la legislación del país, ya que la religión judía especifica que el cuerpo «debe ir a la tierra» y en España es obligatorio que el cadáver se entierre dentro de un ataúd

«Lo que nunca encontrarás es a un judío que pida su incineración», afirma tajante Ernest, «y creo que los motivos son obvios». La propia Chabad (un movimiento de estudio de la Torá) recoge en su página web que «la cremación siempre fue vista con horror por todos los sectores del pensamiento judío. El cuerpo es sagrado, porque es el templo del alma y porque es el medio con el cual podemos hacer bondad en el mundo».

Pero hay que ir más allá de la obviedad, porque su rechazo tajante a la cremación tiene que ver más con sus creencias que con su historia. «Si alguien ha cumplido su misión en vida irá al cielo, y si no se reencarnará», afirma este improvisado Cicerone. Y para que esto se cumpla, el alma del fallecido tiene que ascender ante Di-s (Dios) desde la tumba, dejando atrás su cuerpo intacto.

Cuando termina el entierro, es el momento de recitar el Kadish, una oración para dar paz al alma. «En realidad es como el último apoyo de la familia, es muy importante decirlo bien porque Dios lo tiene en cuenta a la hora de juzgar un alma», asegura Ernest. El texto está en arameo, pero se resume en que «Dios es grande y todo viene de él, así que todo lo que ocurre es para bien».

Pétalos de piedra
Hay varias fechas en las que es importante visitar la tumba de los fallecido, aunque no se puede ir más de una vez por día. Al final del séptimo día, el trigésimo, al finalizar los doce meses, al cumplirse cada aniversario de la muerte… Todas ellas calculadas por el calendario hebreo, son momentos clave para presentar los respetos a un difunto. Sin flores.

«Una flor se marchita, una piedra no», resume Ernest encogiéndose de hombros. No le da importancia a algo que para él es normal. Según la Chabad, hay varios motivos para obsequiar con una piedra a un muerto. Primero, es una demostración de que los familiares fueron a verle. Segundo, la piedra es una «creación muy antigua y de vida muy larga», incluso la Chabad la califica de «eterna». Y tercero, antiguamente las tumbas se rellenaban con piedras para asegurarse que el lugar no fuera profanado.

Con unas piedras que representan la eternidad solo las palabras Beit Hajaim son todavía una incógnita. «La casa de los vivientes», traduce Ernest mientras sonríe al salir del lugar sagrado. Atrás queda el cementerio de estrellas, oculto tras una pequeña puerta verde.

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