Hace unos días leí una noticia que me llamó la atención, trataba de inteligencia artificial (IA) y de su aplicación en un inquietante negocio: empresas que ofrecen “revivir” a los fallecidos mediante avatares digitales, permitiendo a sus familiares interactuar con ellos. Las empresas lo presentan como un consuelo, un acto de amor o la oportunidad de “seguir conversando” con quien ya no está. Sin embargo, detrás de esa fachada tecnológica se oculta un serio riesgo para nuestra salud mental.
Alcanzan un realismo sobrecogedor con avatares que sonríen, conversan, evocan anécdotas e incluso comparten fotografías. ¡Es un auténtico horror! Una propuesta que, lejos de aliviar, multiplica el recuerdo y prolonga el dolor hasta el infinito. Lo que aparenta ser magia no es más que un espectáculo morboso que explota a los vivos y profana a los muertos. Lo inquietante es que la idea de recrear digitalmente a un difunto, muy pronto, si no lo han hecho ya, lo ofrecerán a las funerarias.
Mi consejo es que no incluyan esta tecnológica en su oferta, porque ello abriría la puerta a un negocio que mercantiliza el dolor y explota la vulnerabilidad de quienes atraviesan un duelo. El verdadero peligro no reside en la tecnología en sí, sino en que las empresas tengan unos principios éticos sólidos a la hora de desarrollar aplicaciones de IA. Muchas de ellas priorizan la perspectiva de negocio sin tener en cuenta las consecuencias que esto puede generar en personas emocionalmente vulnerables.
La muerte es la consecuencia inevitable de la vida, y negarla mediante la tecnología no nos hace más fuertes, sino más débiles, dependientes y maleables. Un cerebro habituado a vivir de espejismos digitales se convierte en víctima. Todos sabemos que el duelo duele, que la ausencia pesa y que la vida se transforma cuando alguien a quien queremos muere. Pero ese dolor no se resuelve con hologramas ni algoritmos.
Se trata de un proceso inevitable que transcurre por cinco etapas fundamentales:
La negación: cuando se rechaza la realidad
La ira: surge en forma de frustración y enojo
La negociación: cuando se buscan soluciones imposibles o alternativas
La depresión: marcada por la tristeza y la desesperanza
La aceptación: momento en el que se asimila la muerte y se aprende a vivir con su recuerdo
Es un recorrido doloroso, sin duda, pero también el único que nos permite atravesar y superar el duelo, y nos brinda la posibilidad de reconstruirnos y retomar nuestra vida.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando, en lugar de aceptar la realidad, una empresa te ofrece la posibilidad de seguir hablando con tu madre, tu pareja o tu hijo ya fallecidos… pero en versión de avatar? Lo que ocurre es que convierten el duelo en un bucle interminable, en una auténtica cárcel emocional. Impiden que se cierre la herida y nos engancha a una ilusión digital y al recuerdo perpetuo. Y si, además, la persona que recibe este “servicio” sufre un trastorno psicológico o una fuerte dependencia emocional del fallecido, las consecuencias pueden ser devastadoras; depresiones severas, crisis de identidad e incluso suicidios. En este supuesto ¿Quién asumirá la responsabilidad?
Aceptar la muerte de las personas que nos preceden o suceden es un proceso personal que necesita tiempo. Hablar con un avatar que simula su voz y su presencia no es un consuelo auténtico. La inteligencia artificial (IA) nos ofrece incontables beneficios, pero existen límites. A nosotros nos corresponde decidir si aceptamos o rechazamos estas recreaciones, evitando convertir a nuestros difuntos en un espectáculo tecnológico que no nos ofrece alivio emocional y que, además, podría causarnos un daño psicológico posiblemente irreversible.
AUTOR: Roberto Durán Fuguet / Mail.: rdurandf971@gmail.com