La historia de José Brusca es una de esas que parecen sacadas de una novela de misterio, pero que lamentablemente ocurrió en la realidad. Corría el 27 de septiembre de 1991 cuando este joven argentino, de tan solo 18 años, debía encontrarse con su familia en el aeropuerto de El Prat tras llegar a Barcelona. Sin embargo, ese encuentro nunca sucedió. José desapareció ese día sin dejar rastro, iniciando una pesadilla para su madre y su hermano, Luís, quienes pasarían las siguientes tres décadas buscando respuestas.
El caso, que parecía haber quedado olvidado en el tiempo, se resolvió gracias a una nueva denuncia presentada por Luís Brusca a los Mossos d’Esquadra, que reabrieron la investigación. Tras más de 30 años de incertidumbre, se confirmó que José murió ese mismo 27 de septiembre de 1991, el día de su desaparición. Su cuerpo fue hallado cerca de la torre de control del aeropuerto, en una zona restringida donde solo personal autorizado podía acceder. Sin embargo, en aquel momento, la identificación del cadáver fue negligente y no se estableció ninguna conexión con la denuncia presentada por su familia.
Una cadena de negligencias y preguntas sin respuesta
El descubrimiento inicial del cuerpo fue reportado por un trabajador del aeropuerto, quien vio cómo caía desde la torre de control. A pesar de lo inusual del caso, la investigación fue superficial: no se realizó una autopsia exhaustiva, no se identificó al joven correctamente, y el cuerpo fue enterrado en el cementerio del Prat sin más averiguaciones. Para la familia de José, aquello fue el comienzo de una cadena de negligencias que marcaría su vida.
Durante años, Luís y su madre se enfrentaron a trabas burocráticas y falta de empatía por parte de las autoridades. La denuncia inicial en 1991 fue dilatada: primero les pidieron esperar tres días para presentarla, luego exigieron un certificado de residencia regular emitido por el consulado argentino. Posteriormente, ni las peticiones a Europol ni las pruebas de ADN lograron arrojar luz sobre el paradero de José.
Un cierre con más preguntas que respuestas
Aunque la familia ahora puede cerrar el capítulo de su búsqueda, las dudas persisten. ¿Qué hacía José en una zona restringida del aeropuerto? ¿Cayó accidentalmente, o alguien lo empujó? ¿Por qué la Guardia Civil no profundizó en la investigación inicial? Estas preguntas siguen sin respuesta.
El abogado de la familia, Benet Salellas, ha denunciado que la gestión negligente y la falta de empatía de las instituciones agravaron el dolor de la familia. Según Salellas, la familia tiene derecho a una reparación por el sufrimiento causado: «No solo perdieron a un ser querido, sino que tuvieron que luchar contra un sistema que los ignoró por completo».
Treinta años después, la historia de José no solo revela el dolor de una familia, sino también las graves fallas de un sistema que, en lugar de buscar justicia, dejó que el tiempo sepultara un caso que aún deja muchas incógnitas en el aire.