León guarda secretos insólitos, y algunos de ellos están literalmente bajo los pies de quienes recorren sus calles. En la calle Maestro Uriarte, en el barrio de San Esteban, un paseo cotidiano revela un fragmento inesperado de la historia: los bordillos de esta vía están hechos con antiguas lápidas del cementerio que allí existió hasta los años 30 del siglo XX. Aunque las inscripciones son ya ilegibles, su presencia evoca un pasado que la ciudad nunca ha terminado de olvidar.
El antiguo cementerio de San Esteban, clausurado oficialmente en 1932, marcó una época en la que las ciudades crecían a costa de transformar sus paisajes. León, con su expansión hacia nuevos barrios, necesitaba más espacio y un camposanto mayor. Fue entonces cuando se construyó el actual cementerio en Puente Castro, dejando atrás un lugar que durante más de un siglo acogió a los difuntos leoneses.
Tras su cierre, el Ayuntamiento dio un plazo para trasladar los restos al nuevo cementerio, pero no todas las tumbas corrieron la misma suerte. Mientras los familiares trasladaban los restos de sus seres queridos, las lápidas que quedaron en el lugar fueron reutilizadas. Así, muchas de ellas pasaron a formar parte del mobiliario urbano, como los bordillos de Maestro Uriarte, aunque el porqué de esta decisión sigue siendo un misterio.
Según el arqueólogo Fernando Muñoz Villarejo, es posible que la reutilización de estas lápidas respondiera a una necesidad práctica en tiempos de austeridad. Su material resistente y duradero las hacía ideales para nuevas construcciones. Sin embargo, no hay documentos que confirmen esta teoría, dejando abierta la posibilidad de que fuese simplemente una solución económica y funcional.
El barrio de San Esteban, que dio nombre al antiguo camposanto, ha cambiado mucho desde entonces. Donde antes descansaban los difuntos, hoy se alzan edificios, un colegio, un parque y una residencia de mayores. En 2023, el parque fue renombrado como «Parque de los Antepasados» para honrar la memoria de quienes alguna vez fueron enterrados allí. Es un recordatorio silencioso de cómo el pasado y el presente de la ciudad conviven en cada rincón.
La calle Maestro Uriarte, con sus bordillos únicos, se ha convertido en una especie de puente entre épocas. Lo que para algunos es un detalle más del urbanismo, para otros es un símbolo de la capacidad de León para transformar su historia en parte de su vida cotidiana. Cada paso por esta calle es, sin saberlo, un homenaje a los leoneses del pasado, cuyas memorias siguen presentes de una manera inesperada.