No hay verja que marque el límite. Tampoco un acceso que recuerde que se trata de un lugar sagrado. El visitante entra sin obstáculos en lo que debería ser un espacio de recogimiento, pero que hoy parece otra cosa muy distinta. El cementerio de San Jaime, situado junto al barranco del Poyo, lleva más de un año atrapado en un estado de abandono que preocupa —y angustia— a las familias de las más de 500 personas enterradas allí.
Todo se detuvo el 29 de octubre de 2024, cuando la dana desbordó el barranco y la riada golpeó de lleno el camposanto. Desde entonces, los daños siguen visibles y, según denuncian los afectados, apenas se ha intervenido. En la zona más cercana al cauce, las tumbas del suelo están destrozadas y las lápidas han quedado reducidas a fragmentos irreconocibles. Donde antes había espacios de culto familiar, hoy solo quedan restos dispersos y marcas de la violencia del agua.
En otras áreas del recinto, los nichos permanecen abiertos, algunos sin cierre alguno, mientras la vegetación ha colonizado los pasillos que conectan las distintas zonas del cementerio. La sensación general es la de un lugar abandonado a su suerte. Un coche fúnebre con las ruedas pinchadas, estacionado desde hace meses sin que nadie lo retire, se ha convertido en símbolo involuntario de esa dejadez.
Las flores colocadas durante el último Día de Todos los Santos aportan un contraste doloroso. Aún resisten algunos tonos rosas y amarillos sobre el gris dominante. Son la única prueba de que, pese al deterioro, los fallecidos siguen teniendo a alguien que los recuerda y los visita. Algunas tumbas, cuidadosamente atendidas, sobreviven rodeadas de ruinas.
La falta de seguridad es una de las principales preocupaciones de las familias. Sin puertas ni cerramientos, el acceso es completamente libre. Temen que esta situación pueda derivar en actos vandálicos o profanaciones. “Pensábamos que con el tiempo se iría recuperando una cierta normalidad, pero lo único que se ha normalizado es el abandono”, lamenta uno de los familiares, que incluso plantea la exhumación y traslado de los restos a un lugar más seguro.
El cementerio está gestionado por la empresa Partede, pero según testimonios recogidos en el entorno del tanatorio colindante, la inacción responde a problemas internos entre los socios y a posibles dificultades administrativas para ejecutar obras de calado. Mientras tanto, las soluciones no llegan.
La única comunicación oficial recibida por las familias procede del Ayuntamiento de Riba-roja, que informó de una futura expropiación de parcelas para la construcción de una carretera secundaria. Nada más. Ante el silencio y la falta de avances, los afectados empiezan a explorar otras vías: desde acudir a la Conselleria de Sanidad hasta solicitar la mediación de la Iglesia.
Para quienes tienen allí a sus seres queridos, la espera se ha vuelto insoportable. El cementerio de San Jaime no solo guarda muertos. Guarda también una herida abierta que, un año después de la riada, sigue sin cerrar.




