El duelo, que debería avanzar con un ritmo íntimo y humano, se ha convertido en un camino lleno de interrupciones para muchas familias de A Coruña. No es raro escuchar historias de urnas que esperan en una estantería del tanatorio o en el salón de una vivienda, a la vista de todos, porque el entierro no puede realizarse hasta pasadas casi tres semanas. Son días suspendidos, de esos que pesan más por lo que aún no se ha cerrado que por lo que ya se despidió.
La raíz de esta situación se esconde en un detalle tan simple como contundente: solo hay una hora al día para abrir nichos y depositar urnas en los cementerios municipales. De nueve a diez de la mañana, de lunes a viernes, y nada más. Un margen que, con el aumento exponencial de cremaciones —una tendencia consolidada desde la pandemia—, se ha quedado muy pequeño. Tanto, que el sistema está colapsado.
Las familias lo notan de inmediato. Al intentar gestionar el último paso del adiós, se encuentran con una lista de espera que puede llegar a los 20 días. Demasiado tiempo para quien solo busca cerrar un capítulo con calma, rodeado de los suyos. En muchos casos, la despedida se celebra sin poder acompañar las cenizas; en otros, los allegados deben modificar fechas, horarios o incluso renunciar a estar presentes.
Esta acumulación de retrasos no solo tiene que ver con la franja horaria limitada. También falta personal para atender la demanda y, según denuncia el BNG, el número de cinerarios disponibles es insuficiente. “Los servicios municipales no se han adaptado a la nueva realidad”, explica su portavoz en el Concello, Francisco Jorquera, que alerta de la necesidad urgente de ampliar tanto los espacios como los recursos humanos destinados a estas gestiones.
Con el problema ya enquistado, el BNG ha presentado preguntas por escrito y solicitará respuestas en el próximo pleno municipal de diciembre. Quieren saber cuál es la espera media real, si está previsto reforzar los servicios, si se revisarán los horarios para la apertura de nichos y si se contempla aumentar la capacidad de los cementerios. Jorquera insiste en que esta situación “acentúa el dolor de las familias en un momento que ya de por sí es delicado”.
Mientras se buscan soluciones, la ciudad convive con una realidad incómoda: el último gesto de despedida, ese que debería aliviar, se está convirtiendo en un trámite aplazado. Y cada aplazamiento, inevitablemente, prolonga un duelo que debería poder avanzar con dignidad.




