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Acompañar la muerte: la profesión que me enseñó a honrar la vida

Acompañar la muerte: la profesión que me enseñó a honrar la vida

A veces llega a la redacción un texto que conmueve y merece ser compartido.

Este, firmado por Varinia Pamies Jiménez, maestra de ceremonias en GRUPO ASV, es uno de ellos: una mirada sincera sobre cómo acompañar la muerte puede enseñarnos a honrar la vida.

Acompañar la muerte: la profesión que me enseñó a honrar la vida.

elfunerariodigital

Por Varinia Pamies Jiménez, maestra de ceremonias en GRUPO ASV.

 

No crecí pensando que un día hablaría frente a personas en uno de los momentos más difíciles de su vida. Probablemente no pensaba estar, o vivir, en medio del dolor, tratando de poner palabras donde a veces solo hay silencio.

Pero aquí estoy. Soy maestra de ceremonias, ceremonias funerales… Llegué aquí por casualidad, supongo que las mejores historias casi siempre suelen comenzar así.

Fue en 2020, un año complicado para todos, pero que siempre recordaré con cariño porque a mí me trajo un regalo en forma de esta profesión, tan bonita como inesperada y desconocida.

Yo, como cualquiera, conocía y conozco de la vida bien poco. Y si poco sabemos de la vida, ¿qué vamos a saber de la muerte? Sin embargo, este trabajo me trajo mil enseñanzas sobre ella.  He aprendido a reconocer su presencia, a no apartar la mirada. He aprendido a nombrarla, a acompañarla, a darle un lugar. He aprendido, poco a poco, a entender la muerte, que no comprenderla, porque la muerte nunca se deja comprender del todo.

Hay cosas que me siguen siendo ajenas, y aunque muchos piensen que, con el tiempo, uno se vuelve inmune al dolor, no es así… Uno aprende a sostener, a ser firme sin dejar de ser humano. Porque el dolor no se evita, se acompaña. Y en ese acompañar, también uno se transforma.

Escribir es una de esas bonitas tareas que tiene este oficio, también la mejor manera que hoy encuentro para contaros lo que he aprendido de la muerte, pero también de la vida.

Hoy, gracias a esta profesión, la entiendo más que antes, mucho más, pero a la vez se que hay infinidad de cosas que nunca tendrán respuesta… y quizás ese sea uno de los mayores aprendizajes: no pretender entenderlo todo, sino simplemente estar.

 Todos, antes o después, atravesamos una despedida. Y no siempre sabemos cómo. A veces nos sorprende sin palabras; y otras, las palabras nos salvan.

No pretendo compartir un manual, ni una guía. No hay instrucciones para despedirse. Cada muerte es única, como lo es cada vida. Pero sí hay algo que he ido recogiendo en el camino: las voces, los gestos, los suspiros, los vacíos, las historias… y de todo eso, también he aprendido.

He aprendido que el dolor no tiene forma fija. Que el amor, cuando se despide, suena diferente en cada garganta.

He visto familias rotas, y otras que se sostenían con una sola mirada. He sentido el peso del silencio, y la fuerza de una canción.

Cada historia, cada despedida, ha sacudido algo en mí. Y tras esa “máscara” que nos acompaña a todos los que dedicamos nuestra vida a este oficio; he llorado junto a muchos, pero también les he hecho reír con infinidad de anécdotas, de frases, de chistes, de palabrotas, de gestos que les traían de vuelta a esa persona tan especial durante un instante; recordándoles que a veces reír es otra manera de recordar, quizás la mejor.

He sido testigo de homenajes sencillos y de otros más elaborados, pero todos con una verdad en común: han sido el reflejo de alguien que fue amado, y que ahora falta…

Y entre todas las emociones vividas, he sentido que acompañar la muerte es, también, una forma de honrar la vida.

Por eso no busco dar respuestas. Solo quiero compartir lo que he vivido al estar tan cerca del final de una vida. Tal vez leyéndome encuentres algo de consuelo, de compañía, o simplemente una forma de ver la muerte menos como un tabú y más como parte de lo que somos.

Escribo para quienes han perdido. Para quienes sienten que no saben cómo despedirse. Para quienes, como yo, han aprendido a estar presentes cuando todo tiembla.

Escribo también, en homenaje a quienes se fueron, y a quienes se quedaron con el eco de sus nombres.

Este trabajo no es triste, aunque hablemos con la muerte a diario. Es un trabajo que habla sobre el amor que perdura, sobre la belleza que se encuentra incluso en la pena.

Porque cada vez que acompaño una despedida, confirmo que la muerte no borra el amor; solo lo transforma.
Y cuando las flores se marchitan y el silencio regresa, siempre queda algo que no muere: la huella que dejamos en los demás.
Acompañar la muerte es, en el fondo, acompañar la vida que sigue. Y mientras haya historias que contar, seguiré aquí, poniéndoles voz.

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