Corría el año 1975 cuando Manuel López-Amado, entonces capitán del Ejército, recibió inesperadas órdenes desde Madrid. La instrucción era clara: armarse «como para una guerra» y dirigirse a La Güera, en el extremo sur del Sáhara Español, junto a la frontera con Mauritania. El sobre que contenía el destino de su misión solo podía abrirse en altamar y, al hacerlo, López-Amado descubrió que formaría parte de la Operación Golondrina.
La misión consistía en evacuar a civiles y militares españoles, junto con sus pertenencias, de un territorio que había estado bajo dominio español desde 1884. Con la amenaza de la Marcha Verde de Marruecos cerniéndose sobre la región, la operación se volvió urgente. Sin embargo, una sorpresa aguardaba al contingente de 90 hombres a bordo del buque Blas de Lezo: los civiles se negaban a dejar atrás a sus difuntos.
La orden de Madrid fue contundente: «Evacúa el cementerio». En un alarde de improvisación y en medio de una carrera contra el tiempo, los soldados desenterraron 703 cadáveres de cementerios en El Aaiún, Villa Cisneros y La Güera. Sin refrigeración adecuada, los restos fueron transportados en ataúdes precintados con esparadrapo y en cajas de cartón.
El caos de la operación dejó una profunda impresión en quienes participaron en ella. Pepe Taboada, un joven soldado de 23 años, recuerda haber dirigido a un pelotón de la Legión en la exhumación del cementerio cristiano de El Aaiún. La tarea fue tan horrorosa como surrealista, con soldados bailando con los cadáveres en una escena que parecía salida de una novela de Vargas Llosa.
La evacuación no solo incluyó a los muertos, sino también a entre 10.000 y 15.000 civiles, junto con sus pertenencias. En Las Palmas de Gran Canaria, el puerto se llenó de coches, enseres y toneladas de carga. La llegada masiva de personas generó inquietud en una ciudad ya afectada por la crisis económica de la época.
Años después, López-Amado y Taboada reflexionan sobre la Operación Golondrina. Para el coronel, fue una misión cumplida, aunque dolorosa al dejar atrás el Sáhara. Para Taboada, un desastre, una traición de la promesa de defender a los saharauis. La operación marcó el fin de una era, con las últimas banderas españolas arriadas en el territorio, dejando un legado de recuerdos agridulces y un capítulo complejo en la historia de España.




