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Fossores de Guadix: Frailes que viven y cuidan la muerte desde el corazón del cementerio

Fossores de Guadix: Frailes que viven y cuidan la muerte desde el corazón del cementerio

En el tranquilo cementerio de Guadix, el sol otoñal ilumina el entorno, reflejándose en el muro blanco que rodea el camposanto. Aquí, en un lugar donde la vida y la muerte se encuentran, reside una comunidad única en el mundo: los frailes fossores de la Misericordia. Su misión es tan singular como noble, cuidando de los cementerios y ofreciendo consuelo a las familias en duelo.

A la entrada del cementerio, una cuesta flanqueada de cipreses lleva hasta la casa cueva de estos frailes. La puerta siempre está abierta, y una voz acogedora invita a pasar. Hermenegildo García Oliva, un fraile de 80 años con un marcado acento de Huelva, es uno de los hermanos de esta orden. Con casi seis décadas de vida religiosa, ha vivido en diversas comunidades, pero Guadix, donde nació el carisma fúnebre de los fossores, es su hogar.

Con la proximidad del Día de Todos los Santos, el cementerio bulle de actividad. Varias mujeres limpian las tumbas, y el zumbido de una hormigonera se mezcla con el canto de los pájaros. Están ampliando el cementerio, aunque el terreno solo da para un centenar de nichos más. Un Cristo del Perdón, regalo de los antiguos comedores sociales de Emaús, observa desde una calle del camposanto.

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El fraile Hermenegildo es un rostro familiar para muchos visitantes, como Antonio y Mercedes, quienes acuden diariamente a ver a su hijo, fallecido en un accidente. «No pasa un día sin que vengan», dice el fraile, reflejando la estrecha relación que mantiene con las familias que visita el cementerio.

En el corazón del camposanto, una capilla de ladrillo guarda los restos de los hermanos fossores que han partido. Hermenegildo se disculpa para atender un traslado de restos desde Alicante, reflejando la dedicación de los frailes a su misión de cuidar a los vivos y a los muertos.

Los fossores no están solos. El hermano Vicente López, un novicio de 39 años originario de Venezuela, ha encontrado en esta orden un propósito espiritual. Con una sólida formación académica, decidió dedicar su vida a la oración y la contemplación, lejos del bullicio del mundo exterior.

La comunidad también incluye a la viuda Conchi Herrera, quien ofrece su ayuda como una forma de superar la pérdida de su esposo. Inma González y Juan Jesús Fernández, un matrimonio con tres hijos, se sintieron atraídos por la espiritualidad del lugar y han formado un grupo de oración en el cementerio.

Pedro Antonio Martínez, quien comenzó a trabajar en el cementerio a los 13 años, se ha convertido en una parte integral de la comunidad. Ahora, se encarga del mantenimiento de la casa cueva y de los olivos de los frailes.

Para el alcalde de Guadix, Jesús Lorente, la presencia de los fossores es un tesoro invaluable para la ciudad. No solo mantienen el cementerio en condiciones impecables, sino que ofrecen un apoyo espiritual que muchas familias encuentran reconfortante en momentos de pérdida.

Este pequeño rincón de Guadix, donde los fossores dedican sus vidas a una misión tan única, ofrece un testimonio conmovedor de la conexión entre la vida y la muerte, y del amor y la compasión que pueden encontrarse incluso en los lugares más inesperados.

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