Hace unos días nos hacíamos eco de un acto tan inusual como conmovedor: la presentación de Réquiem en el Cementerio Municipal de Alicante, frente a la tumba del abuelo de su autor, Vicente Ferez. Un escenario cargado de memoria y de verdad, donde la poesía dejó de ser un ejercicio íntimo para convertirse en un ritual compartido con los presentes.
Hoy hablamos con Ferez para ir más allá de aquella puesta en escena. Nos adentramos en la raíz de su escritura, en el diálogo constante que mantiene con la pérdida y en esa manera singular de darle voz a lo que normalmente se silencia.
Una entrevista que, como sus versos, no rehúye la muerte, sino que la mira de frente.
En tu presentación el lugar elegido es tan protagonista como el propio poemario. ¿Qué significó para usted presentar Réquiem en el Cementerio Municipal de Alicante, frente a la tumba de su abuelo?
Presentar Réquiem en el Cementerio de Alicante, frente a la tumba de mi abuelo, fue cumplir una promesa. Lo escribí allí, porque es en los cementerios donde la muerte se hace carne en el silencio. Muchos poemas nacieron junto a su tumba. Era inevitable devolverlos a ese lugar. No hay escenario más honesto. Allí entendí que no escribo sobre la muerte: le escribo a la muerte.
En sus palabras habla de “redención artística y memoria”. ¿Cómo se entrelazan estos dos conceptos en su obra y en su vida?
La memoria es un territorio que sangra, y la poesía es la única forma que encontré de detener esa hemorragia. La redención llega cuando transformo el dolor en palabra. No para olvidar, sino para dignificar.
La memoria sola es un peso; en el verso se convierte en justicia para los que ya no pueden hablar.
La muerte suele ser un tema esquivado en la cultura actual. ¿Qué cree que aporta la poesía como vía para enfrentarla y dialogar con ella?
Vivimos de espaldas a la muerte, como si esconderla pudiera alejarnos de ella. La poesía, en cambio, la mira a los ojos. Yo no quiero consolar: quiero enfrentar. El amor ha tenido miles de poetas; la muerte, muy pocos. Ha llegado el momento de que también tenga el suyo.
Usted mismo reconoce que de niño no era amante de las letras. ¿Cuál fue el punto de inflexión que transformó ese rechazo en necesidad de escribir poesía?
De niño no amaba las letras. Fue la muerte quien me obligó a escribir. Cuando todo se rompe y no quedan palabras, aparece la poesía como refugio y como condena. No elegí este camino: fue la pérdida la que me empujó a escribirle a los muertos.
Réquiem nace desde la intimidad, pero al compartirlo en un espacio público y simbólico, ¿cómo cambia su relación con esos versos?
Réquiem nació en la intimidad del cementerio de Alicante, al compartirlo, dejó de ser solo mío. Mis versos se convirtieron en espejo de quienes también cargan con ausencias. No hay muerto mejor que otro: todos merecen ser recordados, y cada lector lo entiende a su manera.
El acto de presentación tuvo un carácter casi litúrgico, con velas, rosas y un aura solemne. ¿Buscaba deliberadamente ese tono ritual, o surgió de manera natural?
El tono litúrgico de la presentación no fue planeado: surgió del respeto al lugar. Las velas, las rosas, el
silencio… no eran escenografía, eran verdad. En los cementerios todo se vuelve ritual, porque allí la poesía no se recita: se ofrece, como una plegaria a quienes descansan.
Su hermano Pablo presentó el evento resaltando su carga personal. ¿Qué papel juega la familia en su proceso creativo y en la construcción de este homenaje?
Mi hermano Pablo fue testigo y parte de esta memoria compartida. La familia está en la raíz de este homenaje, pero mi escritura no se queda en lo íntimo: se abre a todos los muertos, porque ninguno vale más
que otro. La poesía nace de esa certeza.
El poemario se describe como un “diálogo con la pérdida”. ¿Escribirlo fue para usted más un ejercicio de duelo o de reconciliación?
Réquiem es duelo y reconciliación al mismo tiempo. Escribirlo fue llorar a través de la palabra y tender la mano a la muerte como quien acepta un destino inevitable. El dolor me atravesó, pero en el verso encontré la manera de seguir respirando.
En una sociedad que tiende a negar la muerte, ¿cómo reaccionó el público al enfrentarse con sus versos en un escenario tan directo como un cementerio?
El público, en un cementerio, se enfrenta a lo que muchos rehúyen. Temía incomodidad, pero encontré recogimiento y verdad. Nadie huyó: se reconocieron en mis versos porque todos llevamos fantasmas a cuestas. La poesía solo abrió una puerta que ya estaba dentro de cada uno.
¿Qué espera que se lleve el lector de Réquiem? ¿Un consuelo íntimo, una reflexión filosófica, o una invitación a transformar su propia mirada sobre la muerte?
No pretendo ser un poeta convencional ni busco lugares comunes.
No participo en los circuitos literarios tradicionales: mi obra se gesta en los camposantos, porque ahí reside la verdad que me interesa.
Yo no voy a los cementerios para que la gente venga a verme; a mí siempre me esperan los difuntos, y mis versos son por ellos y para ellos. Si desde ahí alguien quiere acercarse, será bienvenido.
Quiero que Réquiem sea un espejo, un recordatorio de que la muerte merece su propio poeta, igual que el amor lo ha tenido siempre. Este año he llevado mi poesía por innumerables cementerios de la provincia, y el domingo pasado cumplí mi promesa devolviéndola al cementerio de Alicante.
Ahora toca llevarla a otros cementerios de España, quien desee seguir esta travesía puede hacerlo en mi Instagram:
@vf_escritor.