A veces, la historia no se deja contar tan fácilmente. Así ocurre con Bashiri, una momia de más de 2.300 años de antigüedad descubierta hace más de un siglo en el legendario Valle de los Reyes. Aunque su hallazgo no es reciente, su estudio sigue marcando un desafío para la arqueología moderna.
Lo que hace especial a Bashiri no es solo su antigüedad, sino cómo fue embalsamado. Sus vendajes, cuidadosamente dispuestos en patrones geométricos que recuerdan a las pirámides, no tienen precedentes en el registro arqueológico egipcio. En su rostro, las telas generan un relieve que parece esculpido. Este nivel de precisión ha llevado a los expertos a creer que se trataba de una figura de gran relevancia durante el periodo ptolemaico, entre los siglos III y II a.C.
Pero, por extraordinaria que sea su técnica de momificación, los especialistas han decidido no abrirla. Cualquier intervención podría dañar irreversiblemente el cuerpo y perder para siempre detalles únicos sobre una práctica funeraria aún poco comprendida.
Frente a este límite físico, la ciencia ha tenido que adaptarse. Usando escáneres de tomografía computarizada y radiografías de alta precisión, los investigadores han podido “desenvolver” digitalmente a Bashiri. Así han descubierto que se trata de un hombre de unos 167 centímetros de altura. También han aparecido amuletos y adornos distribuidos por el cuerpo, símbolos del camino al Más Allá y del estatus social del difunto.
En las telas que lo envuelven se aprecian escenas protagonizadas por dioses como Isis, Neftis y los cuatro hijos de Horus, todos ellos esenciales en la mitología funeraria egipcia. A los pies, la figura del dios Anubis, protector de los muertos, refuerza la teoría de que Bashiri no era un ciudadano común.
Sin embargo, su identidad sigue siendo un enigma. En la tumba donde se encontró la momia apareció una inscripción parcial, apenas legible, en la que algunos interpretan el nombre “Bashiri” o quizá “Neno”. Pero los egiptólogos aún no pueden afirmarlo con certeza.
Mientras la ciencia continúa su estudio sin tocar un solo vendaje, Bashiri permanece intacto, desafiando la prisa del presente. Es un testigo silencioso del pasado y un recordatorio de que, incluso después de milenios, hay historias que el tiempo aún no está dispuesto a revelar.