Cementerios para todos: el reto de garantizar un espacio digno más allá de la vida

Cementerios para todos: el reto de garantizar un espacio digno más allá de la vida

Morimos. Todos, sin excepción. Y aunque parezca un tema ajeno mientras la vida nos envuelve, la muerte nos alcanza con una certeza que no entiende de creencias, fronteras ni identidades. Sin embargo, lo que debería ser un derecho básico —tener un lugar digno donde descansar— sigue siendo una cuestión abierta en España. Hablamos mucho del «derecho a techo», pero apenas se menciona el «derecho a tumba».

El debate ha vuelto a cobrar relevancia en El Ejido, donde recientemente se ha planteado la necesidad de construir un cementerio musulmán. Lo llamativo no es la propuesta en sí —pues incluso el alcalde del PP, Francisco Góngora, coincidió en su necesidad— sino que la única discrepancia ha sido su ubicación. En una provincia donde el 14% de la población es inmigrante, mayoritariamente magrebí, parece lógico que exista esta demanda. Pero más allá del caso concreto de El Ejido, el tema revela una realidad más profunda: España aún no ha resuelto su relación con la diversidad religiosa y cultural, ni siquiera en la muerte.

Es cierto que los cementerios municipales son públicos y no están adscritos a ninguna confesión. Sin embargo, las prácticas funerarias de diferentes religiones requieren de ciertos espacios y ritos específicos. Esto lleva a que muchas familias musulmanas, ante la falta de opciones locales, se vean obligadas a repatriar los restos de sus seres queridos a sus países de origen. Un proceso costoso, doloroso y paradójico, sobre todo cuando la vida de esas personas ya estaba plenamente arraigada en España.

Este problema no solo afecta a los inmigrantes. Más de la mitad de los musulmanes en España son ciudadanos españoles, ya sean nacidos aquí o nacionalizados. También existen musulmanes conversos, personas que crecieron en familias cristianas y que hoy forman parte de una comunidad que, llegado el momento de la muerte, se encuentra con obstáculos inesperados.

El caso de El Ejido debería ser un punto de partida, no un debate puntual. Hay ciudades como Ceuta, Melilla o Granada que han logrado integrar esta diversidad en sus cementerios. Pero la cuestión va más allá de encontrar suelo para nuevas sepulturas: se trata de reconocer, sin prejuicios, que España ya es un país plural.

Históricamente, el islam ha formado parte de la identidad de esta tierra. El primer «rey de España» fue musulmán, Abderramán I, proclamado Rex Spaniae en el 716. Y sin embargo, persiste una mirada reduccionista que sigue considerando lo musulmán como algo ajeno, foráneo, en lugar de una realidad presente en nuestra sociedad desde hace siglos.

Negar un espacio digno para el descanso eterno no es solo una cuestión administrativa, es una forma de violencia simbólica. Es un mensaje implícito que dice: «No perteneces del todo». Si queremos una sociedad inclusiva, tenemos que garantizar que la dignidad no termine con el último latido. Porque, al final, la muerte no distingue banderas ni credos, pero las sociedades sí. Y en esa diferencia, se mide el verdadero valor de la justicia.