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Actualizado: 27/03/2024
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Los Hermanos Fossores de la Misericordia dedican su vida a enterrar a los muertos, rezar y cuidar los cementerios

Los Hermanos Fossores de la Misericordia dedican su vida a enterrar a los muertos, rezar y cuidar los cementerios

Enterrar a los muertos y rezar por los vivos, a eso dedican su vida los Hermanos Fossores de la Misericordia, una orden que sobrevive en los cementerios de Guadix (Granada) y Logroño desde hace 63 años con el que hacer diario de cuidar los cementerios y ofrecer consuelo en las despedidas.

El fundador fue el Hermano Hilarión, el 11 de febrero de 1953 en Guadix (Granada) y su fin exclusivo son las actividades apostólicas en los cementerios en cumplimiento de las llamadas séptima y decimocuarta obra de Misericordia.

Subir la cuesta física que separa la entrada del cementerio de Guadix (Granada) de la nueva zona de enterramientos supone una pendiente emocional dura para todo el que despide a un ser querido, pero este camposanto ofrece la ayuda de cuatro ‘sherpas’ para facilitar el camino, sus cuatro fossores.

Los Hermanos Fossores de la Misericordia, una institución religiosa que sobrevive con cuatro hermanos en Guadix y otros tantos en Logroño, dedican su vida a enterrar a los muertos y rezar por los vivos, una tarea que compaginan con quehaceres de jardinería, cercanía y miradas de aliento en las despedidas.

El marrón de sus hábitos da vida a los cementerios desde que hace hoy 63 años su fundador, Fray José María de Jesús Crucificado, decidió que la Iglesia debía estar también en las entierros. El fundador formaba parte de la Congregación de Ermitaños de San Pablo y San Antonio, establecida en la sierra de Córdoba, desde donde presentó el proyecto al obispo Álvarez Lara para crear la casa madre en Guadix.

«Y lo resumió diciendo que la nuez tiene una cáscara amarga pero un interior muy dulce», ha recordado fray Hermenegildo, uno de los fossores del cementerio accitano, al que llegó con 21 años desde Riotinto (Huelva) para convertirse en guardián de duelos. La media de edad de esta congregación, que llegó a custodiar los cementerios de Jerez de la Frontera (Cádiz), Huelva, Vitoria, Pamplona, Logroño y Felanitx (Mallorca), supera los sesenta años, aunque la continuidad de su misión no les preocupa.

«Siempre ha habido vocaciones, hoy mismo ha llamado un chaval de 17 años para informarse, porque lo de servir en un cementerio tiene ese halo de poético que luego no lo es tanto, lo que falla es la perseverancia», explica con sorna este fossor de 70 años, que deja claro que vida eterna solo hay una y que la supervivencia de la institución «es cosa de Dios, que Él se apañe».

Reconoce que «si no es por necesidad», el cementerio no lo pisa por las noches, «porque me da miedo, que el respeto es otra cosa», la misma sensación que le daba el camposanto al fundador de los Fossores y que no ha impedido que dediquen su vida a velar a los muertos.

El día a día de esta congregación arranca a las seis de la mañana, «aunque como somos ya mayores algunos estamos despiertos antes», y reparte sus horas entre rezos, misas, rosarios y la atención al cementerio de Guadix, que luce limpio, blanco y mimado.

Fray Hermenegildo apunta que de nueve a doce se afanan en limpiar, regar y cuidar de los jardines y, aunque el Ayuntamiento de Guadix se encarga de las obras del camposanto, los fossores atienden y restauran los nichos «que están más feillos, porque si ves que alguno está más abandonado le pones más cariño», aunque su dedicación no distinguen «entre ricos o pobres, colores o famas».

Entre oraciones, tareas y «la hora santa de descanso tras la comida», los cuatro guardianes del camposanto tienen su misión principal en atender los entierros, un momento en el que «lo mejor es el silencio, pero con cercanía, la que se siente sin necesidad de palabras». El consuelo que ofrecen los ha convertido en familia de todo un pueblo que hoy les homenajea con una misa en su capilla y una merienda, una dulce recompensa para la dedicación de una institución que llena de vida el cementerio.

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