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Actualizado: 27/03/2024
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Inaugurar un tanatorio

Inaugurar un tanatorio

Vía: Autor: Antonio Montero Alcaide / El Almería

Pues eso mismo, inaugurar un tanatorio no debe ser cosa de mal fario, aunque parecerlo pudiera dado que la muerte poco tiene que ver con la buena suerte y la fortuna. Pensar entonces que la muerte siempre es, al cabo, una cuestión de tiempo, no sé si resultará oportuno, pero la verdad es que viene a propósito.

Todavía más si quien lo escribió, el nobel portugués, pero afincado en España, José Saramago, levantó una novela espléndida, cuya lectura es especialmente recomendable dada la razón que nos ocupa: Las intermitencias de la muerte.  La primera frase, el arranque genial de la obra es este: «Al día siguiente no murió nadie». Y la fabulación consiste en imaginar que todos los habitantes de un país quedaban libres de la muerte o sujetos a sus caprichos intermitentes.

Dicho sea de paso, entre las divagaciones de Saramago está qué ocurriría con las funerarias, incluso con los hospitales repletos de enfermos críticos pero que no fallecían. Y daba una pista: dedicar mayores honras fúnebres a los animales, porque estos sí seguían muriendo, para así reconvertir los servicios funerarios. A la muerte, en fin, no conviene hacerle repelucos porque de ella ya da cuenta el mismo nacimiento. Y aunque tiene una manifestación directa, meridiana, con la pérdida de la vida, hay quien sostiene que resulta todavía peor una segunda muerte, la del olvido. Esto es, si el recuerdo atempera la marcha de quienes nos dejan, el calor de su compañía, la luz de su mirada, el olvido viene a ser el oprobioso remate de la muerte primera.

Si bien, a los tanatorios -como este cuya inauguración comparto por la generosa invitación de la empresa funeraria cuyos servicios esperó tardar mucho en que me presten- nos tocará acudir en bastantes ocasiones -ya digo, ojalá lo hagamos mucho, pero que mucho tiempo, por nuestros propios pies-. Y cabrá en esos casos, sin que se trate con ello de apuntarse a la necrofilia, la complacencia de tener más a la mano los protocolos con que ha de dispensarse la muerte llegado el postrero momento en que toca irse. E insisto en que, pidiéndoles dispensa para el guiño, no se nos debe ocurrir aligerarlo.

Otro nobel, García Márquez, lo escribió con gracia en la primera parte de sus memorias: «La agencia funeraria La Equitativa, inspirada por el humor de la muerte, colocó un anuncio enorme a la salida de la ciudad: «No corra, nosotros lo esperamos»».

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